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Capítulo 22 El Gobierno de Dios, Libro 1

1. Así continuaron cierto tiempo, tal como les estaba mandado. Caín volvió a conocer a su mujer y engendró con ella un hijo al que dieron el nombre de “Hanoc”, es decir, “el honor de Caín”. Un día Caín reunió a todos sus hijos y les dijo: «Hijos míos, ved aquí a vuestro nuevo hermano al que el Señor me ha dado para que sea un señor sobre vosotros ––lo que le nombraré–– para que por una vez haya orden entre vosotros y se acaben vuestras riñas. Él os dará mandamientos, alabará a los fieles y castigará a los infractores, para que también nosotros nos volvamos un pueblo grande y de buena reputación como los hijos de Dios que no precisan de leyes, porque tienen el Amor que los hace libres. Pero a nosotros, a causa de mis pecados, el Amor nos ha colocado a los pies de ellos que nos aplastarán si nosotros, que somos unos sin leyes y sin orden, no tenemos a nadie que nos represente y justifique ante su gran poder.

2. Ved, su Dios también es el nuestro, pero para ellos es un buen Padre, mientras que para nosotros es un juez. El Padre conoce su amor y tiene ojos y oídos para ellos. Pero nuestro caso es distinto: Nosotros somos entregados a nosotros mismos y podemos actuar conforme nos dé la gana. Sin embargo, si queremos subsistir, precisamos de leyes y de un orden. De no ser así, en una pelea, cualquiera podría matar a otro a golpes por pura arbitrariedad, de modo que el recipiente de la Justicia se llenaría antes del tiempo... y todos pereceríamos por el gran peso de nuestras atrocidades que recaerían sobre nosotros... Ante esta situación, con fuerzas unidas, vamos a buscar una gran cantidad de piedras para construir una vivienda grande y sólida para él y, conforme nuestro número, para cada uno de nosotros una más pequeña, todas en un círculo alrededor de la suya, para que él alcance todos con la vista y pueda observar vuestras actividades. Él estará exento de todo trabajo y como soberano en vuestro medio comerá del trabajo de vuestras manos.

3. Hasta entonces, en el nombre de la Justicia de Dios, yo ––por el hecho de ser vuestro padre–– sigo siendo el legislador de todos vosotros. Y ¡ay de aquel que ose volverse desobediente a mis mandamientos, porque mi maldición le alcanzará con vehemencia!... ¡Entonces ya no habría compasión para él porque en mi corazón ya no morará el amor sino únicamente la justicia!

4. Ved, donde mora el Amor, allí también hay Misericordia y el amor prevalece a la justicia. Pero donde no mora sino la justicia, allí ante la justicia sólo vale la justicia, ante el juicio sólo vale el juicio, mérito por mérito, fidelidad por fidelidad, obediencia ante la ley, juicio por la desobediencia, castigo por la infracción, maldición por la traición, y muerte por dar la muerte.

5. Y para la consagración de este mi enunciado, juro en el nombre del Cielo y toda su Justicia implacable y en el nombre de esta Tierra que es la morada cruel de la maldición de Dios: A cada infractor le alcanzará, puntualmente y con todo rigor, lo que acabo de comunicaros como padre y soberano.

6. Después de mí vendrá vuestro hermano como verdadero señor y legislador conforme a su comprensión y arbitrariedad... De modo que él mismo será exento de toda ley y para vosotros cada una de sus acciones arbitrarias se volverán una ley –– hasta que a él le parezca bien abolirla.

7. Ahora conocéis mi voluntad. Si dentro de la severidad de la justicia queréis subsistir observando las leyes del orden para evitar el juicio que os alcanzaría a todos si en el entorno de la justicia no constase “juicio por juicio”, ¡entonces actuad conforme a mi voluntad!».

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