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Capítulo 27 El Gobierno de Dios, Libro 1

15. Todos estuvieron de acuerdo con estas palabras, y Nohad se levantó para hablar: «Todos conocéis el cargo con el que yo, conforme a la voluntad de Hanoc, tenía que cumplir con toda fidelidad y todo esmero. Pero ¿qué he ganado en todo este tiempo? Cada uno de vosotros me contestará: “Nada, ¡absolutamente nada!”. Tenía que ayudar al gran estafador en sus estafas ––por las buenas––, volviéndome yo mismo un estafador engañado. Porque por causa de su hipocresía, yo como celador estricto de la justicia, ante el público tenía que vivir una vida más que frugal, privándome de cualquier placer. Aun así, en vez de recibir un elogio y una compensación secreta, sólo me llegaron reproches severos y amenazas de toda clase. Vosotros todos teníais más suerte y teníais muchas posibilidades para haceros la vida más agradable, lo que para mí fue imposible porque siempre estaba colocado como primer blanco ante las extravagancias de su sentido de justicia. Con lo que siempre fui yo el que tenía que velar por la ejecución minuciosa de sus increíbles caprichos detestables, y me tocaba a mí el dar a las cosas cualquier aire de justicia mediante mi propia hipocresía impuesta; con lo que al fin de cuentas siempre fui yo el verdadero estafador pero al mismo tiempo también el verdadero engañado –– y esto en tres aspectos: Primero: por parte de Hanoc por causa de la ley. Segundo: por mi mismo ante la causa del pueblo. Tercero: por parte del pueblo y todos vosotros, por culpa de Hanoc. Supongo que os he descubierto con suficiente claridad el porqué de mi frustración y de mi función ficticia. Ahora juzgad vosotros mismos si soy injusto si por gratitud por semejante “reconocimiento” me quito este triple engaño de encima y lo lanzo con toda fuerza sobre la cabeza de Hanoc, ¡porque todo esto lo voy a descubrir al pueblo! Y que él después se fije bien adónde se escapará su “divinidad”, para que pueda ir detrás de ella como un cojo detrás de un ciervo... Con lo que también yo voy a hacer lo que Kad y Kahrak nos recomendaron. De modo que la trápala de mis camellos no molestará a sus oídos ni mis tributos insultarán los ojos de él. ¡Y voy a tomar posesión de la ciudad que lleva mi nombre!».

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