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Capítulo 56 La Infancia y Juventud de Jesús

1. Poco después de las palabras sorprendentes del Niño, Cirenio se dirigió a Maronio Pila que, desde hacía un rato, se estaba poniendo cada vez más pálido.

2. «Maronio Pila, ¿qué impresión tienes de este Niño?», le preguntó. «¿Acaso viste algo parecido?

3. ¿No es más que nuestro mito de Júpiter, de quien dicen que en una isla mamó la leche de una cabra?

4. ¿No supera la tradición dudosa de los fundadores de Roma, amamantados por una loba?

5. ¡Habla! Por ello te traje aquí: Para que oigas, veas y aprendas algo y después me des tu juicio al respecto!».

6. Maronio Pila se controló en la medida de lo posible y respondió:

7. «Eminente gobernador de Asia y Egipto, ¿qué podría decir yo, un pobre diablo, cuando los mayores sabios de la antigüedad tienen que callar, y cuando la sabiduría de Apolo y de Minerva queda abominablemente aplastada como una chapa quebradiza bajo los martillazos de Vulcano en su yunque incandescente?

8. De esto no puedo decir sino que los dioses se han complacido en elegir a uno de los más sabios entre ellos y lo han mandado a esta Tierra. Y precisamente a Egipto, a la antigua tierra favorecida por todos los dioses, es decir, a la patria de este dios de todos los dioses; una Tierra que no conoce la nieve ni el hielo».

9. «En cierto sentido tienes razón», le respondió Cirenio con una sonrisa en los labios,

10. «pero parece que en un detalle te equivocaste mucho; pues, has llamado a este Niño hijo de todos los dioses...

11. Aquí, a mi lado, están su padre y su madre, y ellos son hombres como tú y como yo.

12. ¿Cómo podría salir de ellos un hijo de los dioses?

13. Además, de esta manera los excelsos habitantes del Olimpo habrían metido claramente un huevo de cuco en su propio nido, que por su gran sabiduría pronto los superará a todos.

14. Así que me parece que tendrás que pensar en otra interpretación; de lo contrario te arriesgas a que por tu audacia todos los dioses te ataquen a la vez, y que, completamente vivo, te lleven ante Minos, Aeakus y Rhadamanthus, para luego entregarte al suplicio de Tántalo».

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