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Capítulo 133 Roberto Blum, Libro 1

El conde y el falto de escrúpulos. Historia de ambos

10. Dice el aristócrata: «¿Quién te da derecho a hablarme como si hubiéramos sido compañeros cuidando cerdos? ¿Crees que el conde Bathianyi soportará mucho tiempo semejantes agravios? ¿Piensas que soy de tu clase a causa de mis desdichas o porque combatí hasta el final en las filas de los húsares? Si no cierras tu boca inmunda pronto verás la diferencia que hay entre nosotros».

11. El despiadado objeta: «Señor conde, en este nebuloso mundo nuestras armas apenas consisten en la lengua y, de vez en cuando, en las manos y en los pies, siendo importantes estos últimos a la hora de correr. El señor está en desventaja respecto a la lengua y también respecto a las manos, pues aprendí boxeo en Inglaterra y soy un maestro. Con los pies me lleva ventaja pues nunca los usé para huir».

12. Alejándose de él, el conde le dice a otro: «Amigo, ¿qué me dices de esta afrenta? ¿Conoces su identidad? Alguna vez le vi entre los soldados rasos».

13. El preguntado responde: «Se sabe que ha sido un franciscano más famoso que los demás. Muchas veces dijo cosas repugnantes de esa orden religiosa y nunca quiso retractarse. Cuando querían prenderle por ello, como era fuerte físicamente, le pegaba a todo el convento. Un día, cansado de las continuas peleas, tiró a la basura sus hábitos franciscanos y, abandonando el convento con algún dinero que se llevó, se alistó en seguida en el batallón más cercano. Peleó como un león, por lo que murió siendo comandante. Es todo lo que sé».

14. Dice el conde: «Ahora me arrepiento del mal trato que he dado a ese buen hombre. Si fue monje y más inteligente que sus compañeros, tan brutos que merecían garrotazos, hay que tener consideración con él. Intentaré hacerme amigo suyo inmediatamente». Volviéndose hacia él, el conde prosigue: «Queridísimo amigo, perdóneme la actitud descortés, pues no sabía con quien trataba. ¿Es cierto que el señor peleó como un gigante contra el claustro por convicciones íntimas y después empuñó la espada con la intención de salvar a la patria?».

15. El otro dice: «Exactamente. Me sacrifiqué en pro de la humanidad, cuyas cadenas de esclavos me resultaban insoportables. Pero sembramos y otros recogerán; ésta ha sido siempre la paga del mundo, Sr. conde. Casi todos los inventores murieron pobres mientras que sus enemigos se hartaron con sus inventos. ¿Qué le parece la divinamente sabia organización de la existencia en la Tierra?».

16. Responde el conde: «Mejor me callo pues parece que la Divinidad no piensa en sus obras. La Creación puede considerarse como una simple distracción divina; una vez hecha, Dios trata de aniquilarla rápidamente. Para facilitar la tarea hace que los hombres sean presa del egoísmo y del orgullo y que deseen la muerte del prójimo. ¿Qué recompensa le daría Dios a un hombre que, como yo, sufrió una muerte tan infame?

17. Piensa en lo que le sucedió al más noble de toda Hungría. Condenado por un pelotón de soldados rasos fue llevado a la plaza pública sin consideración alguna. Al ver que no había escapatoria, intenta suicidarse sin éxito. El pueblo que asistía a la escena, movido por la compasión, exige que se revoque inmediatamente la orden y, a causa de la herida, el noble es conducido al hospital donde recibe socorro médico. Una vez aliviado el dolor espera conseguir el perdón del emperador. Sin embargo, por la noche es despertado de un sueño profundo para escuchar otra condena que debía ser ejecutada inmediatamente. Así que lo sacan brutalmente fuera de la celda y, camino del suplicio, es fusilado y enterrado como un perro. Yo soy ese noble; así que puedes estar seguro de la justicia divina.

18. Aun así no consigo odiar la crueldad bestial de los hombres; porque me parece que son más bien instrumentos de un poder invisible, razón por la que el sabio maestro de Nazaret pidió a su Padre divino perdón para sus verdugos cuando le ejecutaron, porque no consideraba tan perversa a la naturaleza humana.

19. Satanás o Dios, es decir, el “Ser supremo”, emite su venenoso aliento a todo el universo deleitándose con los innumerables asesinatos cometidos. ¡Desearía conocer esa entidad y que me fuese permitido destruirla».

20. Dice el despiadado: «Tienes toda la razón, ahora estoy de acuerdo contigo. Pero, escucha, oigo voces humanas. Silencio, quizás nos enteremos de algo que nos sirva de consuelo».

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