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Capítulo 36 El Sol Espiritual, Libro 1

El matrimonio y un espíritu embustero

1. No os extrañéis si vuestra vista es sometida a prueba porque el camino nos lleva hacia el norte, donde cada vez hay más oscuridad. Pero aun así tendremos suficiente luz para que no se nos escape nada. ¿Todavía no oís ninguna voz a lo lejos?».

2. «Sí, se oye algo», responden los visitantes. «Pero no parecen ser voces humanas, sino más bien el ruido de muchos carruajes y también el estrépito producido por un salto de agua. ¿Qué puede significar todo eso?».

3. «A ver si allí lejos distinguís un ligero resplandor como él de un hierro al rojo. Allí es donde nos espera un buen espectáculo.

4. Como nos estamos acercando, el fragor extraño se transforma en ruido de voces humanas muy broncas. Parémonos ahora, porque el conjunto se dirige hacia aquí. También nuestra pareja -que tanto se quiere- se ha detenido».

5. A él, evidentemente, le entra miedo ante lo que viene y quiere dar media vuelta. Pero ella le coge del brazo y le dice: «Te ruego por todo lo que te quiero que me hagas caso tan sólo una última vez. Porque aquí tendremos la suerte de que sabrán explicarte hasta qué punto tengo o no razón».

6. «¿Qué es lo que se nos está acercando? ¡Me horroriza!». «¿Es posible que me preguntes qué es? Todos son hombres muy pensadores, como podrás ver enseguida».

7. El guía comenta ante los visitantes: «Mirad como el hombre cede y espera a la cuadrilla de pensadores. Ya están cerca y nuestra pareja, por cortesía, se acerca a ellos.

8. Ya están frente a frente y todos se saludan muy amablemente.

9. Ahora sale uno de en medio de la cuadrilla -una figura masculina muy escuálida- y se dirige a la pareja. La mujer le recibe con mucho cariño. Y su marido hace una gran reverencia ante él. Escuchad, porque la figura va a tomar la palabra».

10. «Apreciada señora, nos alegramos de su visita porque su inteligencia y su comportamiento nos honran. Si tiene un deseo, no dude en comunicárnoslo».

11. «Mire, el hombre que me acompaña es mi querido marido de nuestros tiempos en la Tierra. Su comportamiento siempre fue perfecto, por lo que nuestro matrimonio resultó uno de los más felices; siempre sabía adelantarse a mis deseos.

12. Pero hay un punto cardinal en el que nunca llegamos a un acuerdo; por eso le ruego que usted le de algunas explicaciones que le curarán para siempre».

13. «Oh, señora, usted es demasiado amable y será una honra para mí servirle. Por eso, ¡explíquese!».

14. «Su amabilidad y su modestia me dan valor. El problema clave es que mi marido era estudioso de la Biblia y, por consiguiente, cristiano. Se entregó a esa secta porque fue de origen pobre, por lo que ya desde la cuna le arrullaron con esa antigua filosofía de frailes mendicantes. Usted sabrá mejor que yo lo difícil que resulta quitarles a estas gentes sus estúpidas y enraizadas ideas; él piensa hasta en abandonarme para seguir al tal Cristo. ¡Estas son mis preocupaciones y por eso le ruego que se interese por mi pobre marido!».

15. «Si no es más que eso, pronto habrá remedio en este país de la verdad desnuda», dice la figura, que tiende al marido la mano preguntándole: «¿Es posible que sea verdad lo que su amable esposa me esta diciendo tan preocupada?».

16. «Amigo», responde el marido, «tengo que confesarle abiertamente que en este punto nunca estaremos de acuerdo, pese a que la aprecio profundamente. Sea lo que fuere, estoy decidido a quedarme eternamente con mi fe en Cristo. Este nombre siempre me trajo consuelo y siempre fue la estrella que me guió. Si alguna vez he padecido, seguro que es por no haberme atenido a Cristo con la suficiente firmeza. Y si después me he atenido a él, siempre me ha ayudado como una palabra mágica.

17. Usted, pensador y sabio, reconocerá que sería insensato por mi parte separarme de un bienhechor semejante, y precisamente ahora que -a lo que me parece- le necesito más que nunca. Por eso le digo que no vale la pena que usted intente que cambie de idea. Ya hace demasiado tiempo que he sido esclavo incondicional de los encantos de mi mujer. Cuando en nombre de Cristo, mi Señor, dejó la Tierra atrás, aprendí a prescindir de ella y espero que aquí ya no me comprometerá. Si quiere seguirme, que me siga, pero nunca daré mi Cristo a cambio de ella. Y si no está de acuerdo, estas palabras serán las últimas que hable en su presencia».

18. «Amigo mío», dice la figura escuálida, «con mucha paciencia he escuchado sus argumentos y sólo puedo darle mi más vivo pésame. Y para que sepa quién está hablando con usted le digo que soy el gran sabio Melanchthon (aquí la figura se sirve de una mentira) por lo que en la Tierra seguramente habrá oído hablar de mí». «Pues sí, pero ¿qué me quiere decir con ello?». «Sólo que yo sé ciertamente mejor que usted quién ha sido Cristo. Porque hasta el fin de mis días en la Tierra trabajé con gran aplicación en la “viña cristiana” y no me hubiera importado afrontar serenamente la muerte por Cristo. Purifiqué la doctrina romana y la luterana de toda escoria y viví escrupulosamente según esta doctrina. ¿Cuál es el resultado? Si me mira, ya no harán falta más comentarios. Como usted es inexperto en este reino de las fuerzas centrales básicas, aún no sabe cómo andan las cosas por aquí. Pero cuando -famélico- haya experimentado esta noche eterna durante algunos decenios y su cabeza esté despejada de todas esas tonterías mundanas, ya cabrán en ella conocimientos más sólidos y fundados que los de ahora».

19. «Amigo, si sobre el particular tiene experiencias tan fundamentadas, ¿por qué no me las explica?», insinúa el marido. «Si acaso no me convencen, tampoco pierdo nada».

20. La figura escuálida está de acuerdo y continúa: «Pues bien. Primero fíjese en los frutos que el cristianismo ha aportado a la Tierra. Mientras los romanos se atuvieron a su filosofía divina, fueron un gran pueblo. Todas sus obras eran sabias, por lo que aún hoy día sus principios jurídicos son la base de todas las leyes del derecho constitucional y público. Pero al pueblo romano le sobrevino la muerte cuando se introdujo el cristianismo. De modo que donde en su tiempo residió el pueblo más grande y más heroico, ahora zanganea una clerigalla perezosa que sólo lleva en sus manos el rosario. ¿Qué pasó en la preciosa España? Piense en los antiguos tiempos de esta nación y luego vaya a la Edad Media: no se le ocultará que con toda las “bendiciones” cristianas miles y miles se desangraron y otros cientos de miles fueron brutalmente quemados en hogueras. Viaje desde allí a América y la historia le ofrecerá una inmensidad de frutos tristes e increíbles de la “bendición” cristiana. Y después vuelva a mi época, a la guerra religiosa de los Treinta Años.

21. Usted ha de tener una venda en los ojos si no ve a primera vista la diferencia entre el cristianismo y la verdadera sabiduría de los pueblos antiguos, experimentados y pacíficos. Le digo que todas estas degeneraciones del cristianismo, o sea, del neojudaísmo, aún podrían explicarse argumentando que todos ello es verdad pero que eso no fue lo que Cristo enseñó, de modo que él tampoco puede ser considerado como culpable de las consecuencias funestas que acarreó la divulgación de su doctrina, pues la misma fue pura y sumamente humanitaria. Mirándolo así, todo suena distinto y por eso yo mismo fui un defensor celoso del cristianismo. Pero precisamente de esta manera conocí el veneno que contiene esta doctrina: la evidente incitación a la pereza y a la inactividad. El hombre, que de por sí tiene una inclinación innata a la pereza, encuentra en esta doctrina la mejor justificación para su vicio, pues le insinúa que no aspire sino a cierto reino espiritual donde las palomas asadas vienen volando a la boca. Mírelo como que quiera, sobre el cristianismo no sacará más de lo dicho. A no ser, a lo largo de los siglos y en un estado de lucidez mayor como el mío, algunas experiencias espirituales que adquirirá aquí. Apreciado amigo, basta de ejemplos por ahora: usted puede hacer lo que quiera. Le aseguro que siempre seré amigo suyo y me encantaría que nos volviésemos a ver dentro de algunos siglos». La figura escuálida se despide del hombre y se marcha junto con su cuadrilla, dejando plantada a la pareja. Ambos siguen reflexionando sin moverse.

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