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Capítulo 36 El Sol Espiritual, Libro 1

El matrimonio y un espíritu embustero

17. Usted, pensador y sabio, reconocerá que sería insensato por mi parte separarme de un bienhechor semejante, y precisamente ahora que -a lo que me parece- le necesito más que nunca. Por eso le digo que no vale la pena que usted intente que cambie de idea. Ya hace demasiado tiempo que he sido esclavo incondicional de los encantos de mi mujer. Cuando en nombre de Cristo, mi Señor, dejó la Tierra atrás, aprendí a prescindir de ella y espero que aquí ya no me comprometerá. Si quiere seguirme, que me siga, pero nunca daré mi Cristo a cambio de ella. Y si no está de acuerdo, estas palabras serán las últimas que hable en su presencia».

18. «Amigo mío», dice la figura escuálida, «con mucha paciencia he escuchado sus argumentos y sólo puedo darle mi más vivo pésame. Y para que sepa quién está hablando con usted le digo que soy el gran sabio Melanchthon (aquí la figura se sirve de una mentira) por lo que en la Tierra seguramente habrá oído hablar de mí». «Pues sí, pero ¿qué me quiere decir con ello?». «Sólo que yo sé ciertamente mejor que usted quién ha sido Cristo. Porque hasta el fin de mis días en la Tierra trabajé con gran aplicación en la “viña cristiana” y no me hubiera importado afrontar serenamente la muerte por Cristo. Purifiqué la doctrina romana y la luterana de toda escoria y viví escrupulosamente según esta doctrina. ¿Cuál es el resultado? Si me mira, ya no harán falta más comentarios. Como usted es inexperto en este reino de las fuerzas centrales básicas, aún no sabe cómo andan las cosas por aquí. Pero cuando -famélico- haya experimentado esta noche eterna durante algunos decenios y su cabeza esté despejada de todas esas tonterías mundanas, ya cabrán en ella conocimientos más sólidos y fundados que los de ahora».

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