Help

jakob-lorber.cc

Capítulo 36 El Sol Espiritual, Libro 1

El matrimonio y un espíritu embustero

18. «Amigo mío», dice la figura escuálida, «con mucha paciencia he escuchado sus argumentos y sólo puedo darle mi más vivo pésame. Y para que sepa quién está hablando con usted le digo que soy el gran sabio Melanchthon (aquí la figura se sirve de una mentira) por lo que en la Tierra seguramente habrá oído hablar de mí». «Pues sí, pero ¿qué me quiere decir con ello?». «Sólo que yo sé ciertamente mejor que usted quién ha sido Cristo. Porque hasta el fin de mis días en la Tierra trabajé con gran aplicación en la “viña cristiana” y no me hubiera importado afrontar serenamente la muerte por Cristo. Purifiqué la doctrina romana y la luterana de toda escoria y viví escrupulosamente según esta doctrina. ¿Cuál es el resultado? Si me mira, ya no harán falta más comentarios. Como usted es inexperto en este reino de las fuerzas centrales básicas, aún no sabe cómo andan las cosas por aquí. Pero cuando -famélico- haya experimentado esta noche eterna durante algunos decenios y su cabeza esté despejada de todas esas tonterías mundanas, ya cabrán en ella conocimientos más sólidos y fundados que los de ahora».

19. «Amigo, si sobre el particular tiene experiencias tan fundamentadas, ¿por qué no me las explica?», insinúa el marido. «Si acaso no me convencen, tampoco pierdo nada».

20. La figura escuálida está de acuerdo y continúa: «Pues bien. Primero fíjese en los frutos que el cristianismo ha aportado a la Tierra. Mientras los romanos se atuvieron a su filosofía divina, fueron un gran pueblo. Todas sus obras eran sabias, por lo que aún hoy día sus principios jurídicos son la base de todas las leyes del derecho constitucional y público. Pero al pueblo romano le sobrevino la muerte cuando se introdujo el cristianismo. De modo que donde en su tiempo residió el pueblo más grande y más heroico, ahora zanganea una clerigalla perezosa que sólo lleva en sus manos el rosario. ¿Qué pasó en la preciosa España? Piense en los antiguos tiempos de esta nación y luego vaya a la Edad Media: no se le ocultará que con toda las “bendiciones” cristianas miles y miles se desangraron y otros cientos de miles fueron brutalmente quemados en hogueras. Viaje desde allí a América y la historia le ofrecerá una inmensidad de frutos tristes e increíbles de la “bendición” cristiana. Y después vuelva a mi época, a la guerra religiosa de los Treinta Años.

21. Usted ha de tener una venda en los ojos si no ve a primera vista la diferencia entre el cristianismo y la verdadera sabiduría de los pueblos antiguos, experimentados y pacíficos. Le digo que todas estas degeneraciones del cristianismo, o sea, del neojudaísmo, aún podrían explicarse argumentando que todos ello es verdad pero que eso no fue lo que Cristo enseñó, de modo que él tampoco puede ser considerado como culpable de las consecuencias funestas que acarreó la divulgación de su doctrina, pues la misma fue pura y sumamente humanitaria. Mirándolo así, todo suena distinto y por eso yo mismo fui un defensor celoso del cristianismo. Pero precisamente de esta manera conocí el veneno que contiene esta doctrina: la evidente incitación a la pereza y a la inactividad. El hombre, que de por sí tiene una inclinación innata a la pereza, encuentra en esta doctrina la mejor justificación para su vicio, pues le insinúa que no aspire sino a cierto reino espiritual donde las palomas asadas vienen volando a la boca. Mírelo como que quiera, sobre el cristianismo no sacará más de lo dicho. A no ser, a lo largo de los siglos y en un estado de lucidez mayor como el mío, algunas experiencias espirituales que adquirirá aquí. Apreciado amigo, basta de ejemplos por ahora: usted puede hacer lo que quiera. Le aseguro que siempre seré amigo suyo y me encantaría que nos volviésemos a ver dentro de algunos siglos». La figura escuálida se despide del hombre y se marcha junto con su cuadrilla, dejando plantada a la pareja. Ambos siguen reflexionando sin moverse.

Capítulo 36 Vista móvil Aviso legal