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Capítulo 1 Los Tres Días en el Templo

13. Si el muchacho no resultaba fácilmente intimidado y perseveraba en su propósito, era colocado al lado de los que esperaban, más para guardar las apariencias ante el pueblo que por otra razón más profunda. El muchacho tenía que esperar hasta cierta hora de la noche en que se le interrogaba expresamente y se daban explicaciones a las preguntas más sutiles.

14. Llegada la hora señalada, estos muchachos eran sacados siempre con cierta indignación de su escondrijo para que repitieran sus preguntas. Uno de los ancianos o escribas daba al muchacho que preguntaba una respuesta generalmente muy mística, tan desconcertante como posible, de la que el muchacho no podía aprender nada. Y el pueblo hería su pecho y admiraba de manera profunda, tonta, muda y ciega, la profundidad inescrutable del espíritu de Dios, que salía de la boca del anciano o del escriba, y finalmente reprendía al muchacho por su desconsiderado atrevimiento.

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