Help

jakob-lorber.cc

Capítulo 1 Los Tres Días en el Templo

3. Si los padres podían testimoniar que descendían de la tribu de Leví, los hijos sobresalientes eran admitidos con gran facilidad en las escuelas del templo. En caso contrario, la admisión ofrecía dificultades. Los padres eran forzados a ingresar en la tribu de Leví y mediante dinero, hacer un sacrificio importante al templo.

4. Las hijas no necesitaban someterse a examen, a excepción las que por iniciativa de sus padres querían pasar el examen para mejor satisfacer a Dios. En este caso eran examinada por las ancianas del templo en una mansión separada, y recibían también un certificado de todos los conocimientos y capacidades adquiridos hasta entonces. Esas muchachas podían convertirse en las mujeres de los sacerdotes y levitas.

5. Los exámenes de los muchachos y sobre todo de las muchachas duraban poco tiempo. Había unas preguntas importantes desde siempre, que cada judío sabía de memoria desde mucho antes.

6. Las respuestas a las preguntas conocidas eran comúnmente inculcadas en los muchachos, de manera que cuando el examinador apenas había terminado la pregunta, el muchacho ya había dado respuesta.

7. Al muchacho no se le formulaban más de diez preguntas, por lo que fácilmente se comprende que un examen apenas dura más de un minuto, y si respondía acertadamente las primeras preguntas, se le eximía de las demás, en la mayoría de los casos.

8. Concluido el breve examen, el muchacho recibía un papelito, con el que tenía que presentarse, acompañado de sus padres, el mismo lugar, donde antes había pagado el impuesto. Al mostrar el papelito de examen, tenía que pagar otro pequeño impuesto si quería obtener un certificado del templo. Los muchachos de padres pobres tenían que presentar un signum pauperatis (certificado de pobreza), pues de lo contrario no eran admitidos a examen.

9. El examen se efectuaba durante las Pascuas o la fiesta de los tabernáculos, y duraba comúnmente 5 ó 6 días. Sin embargo, unos días antes de que dieran comienzo los exámenes en el templo, los servidores del templo eran enviados a los mesones para informarse de cuántos candidatos iban a presentarse a examen.

10. Los que querían hacer una reserva especial con anticipación, podían hacerla contra el pago de un pequeño impuesto, y en este caso eran examinados antes. Los que no pagaban el impuesto eran habitualmente los últimos, y no se tomaban gran molestia en examinarlos. Generalmente no recibían los certificados, aunque se los prometían para más tarde. La mayoría de las veces, esta promesa no se cumplía.

11. En algunas ocasiones algunos muchachos inteligentes hacían preguntas a los examinadores y pedían explicaciones sobre diversos textos de los profetas. En estos casos los examinadores acostumbraban a enojarse y ponían muy mala cara, pues los examinadores raras veces estaban más al corriente de las Escrituras y de los profetas que los maestros mal instruidos de enseñanza elemental. Sólo sabían de lo que tenían que preguntar; de lo demás tenían poco o ningún conocimiento.

12. También estaban presentes algunos escribas y ancianos, que actuaban como comisarios de exámenes, y que no examinaban sino que se limitaban a escuchar. Sólo empezaron a actuar en el caso especial antes mencionado, reprendiendo al muchacho preguntador, que se había atrevido a poner a sus examinadores en una situación desagradable, y que producía pérdida de tiempo.

13. Si el muchacho no resultaba fácilmente intimidado y perseveraba en su propósito, era colocado al lado de los que esperaban, más para guardar las apariencias ante el pueblo que por otra razón más profunda. El muchacho tenía que esperar hasta cierta hora de la noche en que se le interrogaba expresamente y se daban explicaciones a las preguntas más sutiles.

14. Llegada la hora señalada, estos muchachos eran sacados siempre con cierta indignación de su escondrijo para que repitieran sus preguntas. Uno de los ancianos o escribas daba al muchacho que preguntaba una respuesta generalmente muy mística, tan desconcertante como posible, de la que el muchacho no podía aprender nada. Y el pueblo hería su pecho y admiraba de manera profunda, tonta, muda y ciega, la profundidad inescrutable del espíritu de Dios, que salía de la boca del anciano o del escriba, y finalmente reprendía al muchacho por su desconsiderado atrevimiento.

Capítulo 1 Vista móvil Aviso legal