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Capítulo 2 Los Tres Días en el Templo

1. Ahora bien, un muchacho ingenioso y de mucho talento no se dejó desalentar, y dijo: «Toda la actividad en el gran mundo de Dios está iluminada durante el día por la más clara luz del sol, y ni siquiera la noche llega a estar tan oscura que no se puede ver algo. ¿Por qué se da entonces en forma tan desconcertada e incomprensible, precisamente aquella doctrina importantísima que debería mostrar de modo muy claro al hombre el camino de su salvación?.

2. El muchacho que hizo esta objeción a los ancianos era Yo mismo, y con esta objeción les puse en un gran apuro, especialmente porque todo el pueblo presente empezó a darme la razón, diciendo: «¡Por el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob! Este muchacho es asombrosamente inteligente. Debe tener la oportunidad de seguir discutiendo con los ancianos y escribas. ¡Vamos a poner una ofrenda importante en el arca de las ofrendas!.

3. Un israelita muy rico, de Betania (el padre de Lázaro, Marta y María, que a la sazón aún vivía) se adelantó y depositó una ofrenda de 30 libras de plata y un poco de oro, sólo para que Yo pudiese continuar discutiendo más tiempo con los ancianos y escribas.

4. Ni que decir tiene que los ancianos y escribas aceptaron con sumo gusto la ofrenda, y se me concedió entera libertad para entrar en una discusión extraordinaria con los ancianos, que no había tenido lugar hasta entonces por motivos bien fundados.

5. La primera pregunta preliminar estaba tomada del libro del profeta Isaías. La contestación, sumamente mística y oscura, constituía la base para la siguiente discusión. Quien la lea con corazón bueno y sincero, ganará mucho para su alma y su espíritu.

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