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Capítulo 3 Los Tres Días en el Templo

De este modo Yo conseguí libertad para hablar. Los ancianos y escribas me invitaron a hablar y a preguntar sobre lo que Yo quisiera. También me aseguraron que respondían debidamente. Yo volví a empezar con la pregunta preliminar: «Vuestras palabras, aparentemente muy seguras, no pueden calmar la mar ni imponer silencio a los vientos violentos. Sólo un hombre ciego no siente las señales de este tiempo; y como este hombre es, además, más sordo que una tapia, tampoco puede entenderse nada de la tormenta retumbante de la historia de este tiempo sumamente memorable en toda la tierra. ¡Mientras ya Carmelo y Sión inclinaron sus cabezas ante el Rey que ha de venir, y mientras Horeb hace fluir leche y miel de sus altos pináculos, vosotros, que deberíais saberlo antes que todos los demás y anunciarlo al pueblo que espera, no sabéis ni jota!. – Los Tres Días en el Templo, Capítulo 3, Párrafo 1

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